viernes, 23 de febrero de 2018

Lo que queda

Lo que queda después de la tormenta de nieve es una mancha en el suelo del cuarto de baño donde dejaste las botas para que se secaran. Es un rascador y un cepillo de mango extensible en el coche. Un calientamanos en la encimera, recuerdo de cuando el finde pasado fuiste a un concierto en la calle, en Chicago, en Febrero, y menos mal que Claudia tenía uno de esos para calentar el bolsillo y meter de vez en cuando la mano que no estaba sujetando la cerveza.
Después de la nieve quedan montoncitos de nieve gris y sucia en las esquinas, que te recuerdan por qué alguna gente aquí dice que la nieve es fea. Quedan sal en las aceras y agujeros en la carretera.
Queda la costumbre de la camiseta térmica y el consecuente sofoco permanente. 
Queda la nostalgia del invierno-invierno. Porque lo de ahora ya es más como el invierno de casa, y eso ya lo conocemos. Y si nos hemos venido al otro lado del charco es para conocer nuevas estaciones, nuevas caras. Y plantearnos nuevas preguntas. Como D, a la vuelta del field trip el otro día, que dice que por qué no reparten mejor la nieve entre Waukegan y Méjico, que aquí cae mucha y allí apenas nada. Y ya de paso pregunta también que qué significan las señales esas azules con tanto número, que por qué unas carreteras se cruzan con otras a distintos niveles, que por qué nosotros hablamos en un idioma que se entiende y los chinos no... y tú piensas que jamás has vivido 40 minutos tan productivos como esos.
El día a día en el cole es otra cosa. No es como el bus. No hay tiempo. No pasa la vida por la ventanilla invitándonos a hacernos preguntas. Hay tests estandarizados. Hay currículum que seguir. Hay picture day.
Y hay drills también para ensayar por si viene alguien con la intención de pegarnos un tiro, o varios. Y les tienes que explicar, a 26 pares de ojos, que si hay un lockdown hay que ponerse en esa pared y estar muy calladitos. O salir por patas, en función de la información que nos llegue por el interfono.
Y me preguntan que si podrán coger sus abrigos y mochilas. Y les tengo que decir que no ("Pero, ¿y si está nevando, profe?" "Tampoco."), que si viene un tipo malo y decidimos que no es lockdown sino huida, tienen que correr más rápido de lo que han corrido nunca. Y me dicen que vale, que ellos saben correr rápido. Y yo pienso que ojalá no tengan que demostrarlo.
Lo que queda, al final del día, es esa sonrisa al escuchar tus explicaciones a sus preguntas. Son las risas compartidas cuando hacen el tonto poniéndose dos Pringles en la boca y haciendo como que son un pato. Son todos esos momentos maravillosos que hacen que los que no lo son merezcan la pena.
Porque estás aquí por ellos. Lo mismo hoy que el día que les conociste hace ya casi dos años. Ese día en el que entraste en sus vidas y les abriste las puertas de la tuya. Porque pase lo que pase, ellos, nosotros, y este amor que nos tenemos, somos lo que queda.