lunes, 31 de octubre de 2016

Hoy

Hace un tiempo dije por aquí que no me gustaba conducir. He cambiado de opinión. Hoy he seguido las indicaciones del GPS, que siempre me manda por un desvío del que no hago caso para evitarme el tráfico y ha sido una pasada.
Aquí a la gente le gusta mucho el otoño. Fall, lo llaman. De hecho, más de una persona me dijo, en pleno verano, que ya estaba deseando que llegara la nueva estación. Para mí, como española, eso resulta desconcertante. Amo el verano por encima de todas las cosas, y no se me ocurre ninguna circunstancia en la que pudiera estar lista para el otoño. Nunca lo estoy.
Pero claro, el otoño en Madrid no es como el otoño de aquí. De hecho, apenas existe. En Madrid pasas de morirte de calor a congelarte sin apenas transición. ¡Qué os voy a contar a vosotros! Esos pocos días de tiempo suave se olvidan pronto. Y, desde luego, nadie te dice que son sus días favoritos. Menos mi padre. Mi padre lo ha dicho siempre y siempre se ha encontrado con mi cara de incomprensión total y absoluta.

Ah, pero el otoño en Chicago es otra cosa. Hoy, cuando por fin me he decidido a tomar el desvío que me lleva por Sheridan Road, no me podía creer tanta belleza. Aquí los árboles se incendian por estas fechas, tienen luz propia. Salir de la autopista y encontrarse de golpe en mitad de un bosque rojo, amarillo y verde, en una carretera de un solo carril, ha sido completamente mágico. De esas cosas que uno no espera de un lunes de finales de octubre. Que le hacen emocionarse y querer compartirlo con todo el mundo. Y que le hacen recordar que hay personas con las que ya nunca podrán compartirlo, pero que sabrían valorar (y pintar) estos paisajes como nadie. Que le ponen la piel de gallina y la lágrima en el ojo. Pero de felicidad, abuela. Ojalá pudieras verlo.

Y de repente aterrizas. Y se te cae el velo de los ojos. Y te sientes aquí, hoy, ahora.

Qué maravilla de mundo. Qué lujo poder verlo. Qué recarga de energía así, por la cara. Y qué falta me va a hacer para la nueva etapa que llega ahora. Porque resulta que aquí todo cambia muy rápido, son mucho más flexibles que nosotros. Y me han encargado ser la tutora del nuevo grupo de Kinder que se va a abrir para descargar las otras cuatro clases. Así que en ello estamos. Aprovechando esta semana de planning para coger fuerzas. Que pronto llegará el invierno. Y nos va a hacer falta.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Sonidos

Mi cole de Waukegan es, como toda la población de la zona, bilingüe. Desgraciadamente, no es bilingüe en cuanto al curriculum (ignorando así las necesidades de los niños y de sus familias) pero sí en su funcionamiento. Esto conlleva que en el día a día yo cambio de un idioma a otro en un segundo y al final acabo hablando en español a mis americanitos de pura cepa más de una vez. Y de dos. Con lo cual, el jaleo es interesante. Pasa siempre, supongo. La mezcla enriquece pero tiene también lo suyo.

Hablaba con mi amiga Vero el otro día (van dos menciones, te quejarás ;) ) de esto de los dos idiomas en el aula. Su situación es diferente, porque en su programa se trabaja en español con niños que tienen el inglés como lengua materna, mientras que yo doy clase en inglés y hago alguna aclaración puntual en español en un aula en el que hay un 80% de hijos de inmigrantes latinos. Y regaño. Yo regaño en español a los hispanohablantes y en inglés a los que lo hablan en casa. Porque no es lo mismo para nosotros que nos digan Cállate que Be quiet. Porque un Que te sientes a tiempo es mucho más eficaz en su caso que un Go back to your seat.

Y pasa en todo. Como decía el otro día, la lengua materna es la lengua en la que se construyen los afectos y, salvo en contadas excepciones, mis alumnos bilingües usan el español en el contexto familiar y el inglés fuera de casa. Para ellos, y para mí, el español es lo que nos llega a la patata y el inglés lo que se nos queda en la cabeza.

Aunque tengo que reconocer que hay palabras o expresiones del inglés que me tienen conquistada:
Me gusta mucho que los americanos digan que lo van a figure out todo. Me encanta que el day drinking sea un concepto en sí.  Y el pre game. Me enamora la forma en que los niños me llaman Miss Fernandez con ese acentillo tan lindo. Y que todo sea awesome, y que cualquier plan sounds good.

Ay, pero cuando me acuerdo de las cañas, el patio, el metro. El salir de fiesta, el tomar algo, el vamos viendo. Resuenan en mi cabeza esas palabras tanto más familiares y me entra la morriña de los tres meses fuera. Que debe ir tocando. Que se me pasará en cuanto llegue el finde, seguro, pero mientras tanto voy quitándome el mono a sorbitos de mensajes de voz (gracias :) ) y vídeos de Facebook con trocitos de vuestras vidas allí. Así que seguid con vuestras ces y vuestras jotas, seguid regalándome los oídos con ese acento ibérico. Que aunque me encanta que mis niños me pregunten a cada rato Can I tell you something? y me digan, muy exaltados, que fulanito les aventó woodchips a la cara, y yo tenga que hacer un esfuerzo sobrehumano para no morirme de la risa con lo lindo que suena, tengo estos días la vena patria subida de tono. Y me queda un rato.

miércoles, 12 de octubre de 2016

Ciervo

Los días se acortan más rápido de lo habitual por estos lares, de manera que prácticamente salgo y vuelvo a casa de noche. Y estamos a principios de octubre. Lo mismo pasará con la temperatura. Ahora mismo la sensación al andar por la calle es parecida a la que se puede tener en este mes en Madrid. Pero llega un momento que esta ciudad, que está en el mismo paralelo que Barcelona, decide saltar de cabeza al invierno. Y por lo que me cuentan, sobre las cuatro y media ya es noche cerrada. Y por lo que sé, las temperaturas invernales andan casi siempre muy por debajo de los 0.

Pero resulta que no me importa.

Leí hace un tiempo un artículo que comentaba el otro día con Vero, cuando estuvo aquí de visita. Decía el artículo que, enfrentados a dilemas morales, las personas investigadas mostraban una moral más laxa en la lengua aprendida que en la materna. Y tengo la sensación de que pasa un poco con todo. Las experiencias no se interiorizan igual en una segunda lengua que en tu primera. "El idioma de nuestra infancia resuena con mayor intensidad emocional que otro idioma aprendido en un entorno más académico". Does it make sense? Por lo tanto, yo en el cole vivo en una gran burbuja feliz, los niños no me estresan como en España. Esos momentos de "por favor, que alguien me sujete" son prácticamente inexistentes. La mala gestión del colegio me resbala, la veo con distancia. Los papeleos no me desbordan.

Y pasa un poco también con todo lo que se vive aquí. Supongo que a esto del otro idioma se une el hecho de que sé que ésta es una experiencia temporal, que no voy a estar aquí siempre.
Por eso el llegar de noche al piso todos los días no me deprime. Es parte de esa experiencia.
Como el ciervo que me he encontrado hoy en el aparcamiento al salir del cole. Que en España lo mismo me da un pirriqui, pero aquí lo he metido en el apartado mental de cosas que pasan en América y me he metido en el coche tan tranquila. Y a disfrutar del atardecer en la carretera.

domingo, 2 de octubre de 2016

Olores

Cuando uno se muda tan lejos, no tiene ni idea de nada de lo que se le viene encima. Una de las cosas que más cambia son los olores. Y no me refiero sólo a los de la comida o los de las tiendas, que también. Con las mudanzas cambia hasta el olor propio.
Las restricciones de equipaje hacen que uno se venga con lo imprescindible y procure comprar las cosas voluminosas en el país de acogida. En mi caso, yo me dejé el champú, gel, colonia junto con un largo etcétera en casa de mis padres en Madrid. Sobreviví los primeros días con los productos del hotel, pero al poco tiempo acabé comprándome los míos. Y así, sin darte cuenta, empieza el cambio de olor. Porque el champú y el gel son diferentes. El desodorante que traías eventualmente se acaba y decides probar uno nuevo, a ver qué tal. Por fin cobras y decides regalarte una colonia que no tiene nada que ver con la que usabas en casa. El detergente de la ropa no es ni parecido al que utilizabas...
Y no te das cuenta, pero acabas interiorizando esos nuevos olores y poco a poco te parece que siempre has olido así.
Hasta que empieza a refrescar y sacas la ropa de invierno. Esa que lavaste en Madrid antes de meter en la maleta. Con el detergente y el suavizante de casa. Y de repente.. joder. Llega la nostalgia al centro más profundo de tu cerebro. Y hueles el jersey o la camiseta un par de veces. Y es entonces cuando te das cuenta de lo lejos que estás de todo. De tu zona de confort. Y aparece el vértigo, que llevaba escondido ya bastantes semanas, que ya se te había olvidado.
Y te sale el lado patrio y te pones música en español y lees las noticas de tu país y luego las dejas de leer porque siguen contando lo mismo que antes de que te fueras y si sigues leyendo lo mismo se te pasa el momento nostálgico. Y a veces hace falta un poco de nostalgia. Que se está muy bien en Chi City.. pero un trozo de mí se me ha quedado al otro lado del océano y... joder.