lunes, 23 de enero de 2017

Banana bread

Hay lunes que una se levanta con el pie torcido. El fin de semana se hace corto, después del finde pasado de tres días y cuesta volver al cole.
Esta mañana me levanté cansada como para acostarme ya hasta el martes. Pero no se puede. Que soy la profe y es una movida. Aunque ya sé, tras unos cuantos años de experiencia, que como entre con el paso cambiado en el aula el día no va a ir bien y... voilà. Sin sorpresas. El día ha sido un desastre. Que en España te pasa y te da un poco más igual, porque te vuelves en el metro, en tu rutina de días de mierda y listo. Pero aquí no hay rutina de días de mierda todavía, porque afortunadamente no han sido muchos. Así que vas improvisando.

En mi breve experiencia en un país con un idioma extranjero (así, como suena), el propio te sale más fácilmente en las circunstancias más emocionales. Ya lo he comentado alguna vez. Y hoy estaba yo emocional. Y de un patrio que tiraba para atrás.
Así que cuando A, tras tocar los cojones durante todo el día, me dice, sincerándose, que "I just don't like being nice", le he soltado un "La madre que te parió" que me he quedado más a gusto que nada. No es profesional, lo reconozco, pero es que hay que echarle de comer aparte al colega. Ojú. Y una, que se dedica a esto porque de verdad cree en ello, a veces se siente desbordada cuando nada funciona. Y aunque sabe que en esta profesión lo importante, lo primero, son ellos, a veces también se cansa, y se harta de que no les importe en absoluto tu estado de ánimo. Qué les va a importar. Si tienen 5 años. Angelicos. Suficiente tienen ya con lo suyo de casa, bien lo sabes. Pero ya mañana volverás al modo zen. Hoy toca ofuscarse.

Por algún extraño motivo, el cabreo te da energía y cuando llegas a casa, a las mil y ya de noche, claro, aún tienes fuerzas para poner la lavadora y la secadora (con todo lo que eso conlleva) y de doblar la ropa, y de tender la que no se ha secado bien porque hoy es uno de esos días, y de aspirar la casa, y de hacer un banana bread con los tres plátanos pochos que tienes en el frutero, que ya te vale. Con la poca fruta que compras y se te pone mala.
Y mientras el bollo (que a ver cómo sale porque lo has hecho un poco a ojo) se hace en el horno, te preparas la cena y no está rica. Porque mientras la preparabas pensabas en esta entrada que ibas a escribir y en lo a gusto que te ibas a quedar cuando la publicaras. Y piensas, mientras das el último mordisco al burrito insulso, en el horno. Que no se te olvide apagar el horno.

Y echas un poco de menos los días malos en Madrid, que por lo menos es casa. Pero te das cuenta de casa ahora es esto. Así que esperas que no haya demasiados días como hoy y te deleitas en el olor a bollo recién hecho y a ropita limpia. Y piensas que, al fin y al cabo, no es un mal final para este lunes de mierda.

domingo, 8 de enero de 2017

Reyes

Hay tres días al año que me hacen especial ilusión. Y dos de ellos caen en las vacaciones de Navidad: Nochevieja y Reyes.
Este año, aunque sí he podido celebrar el comienzo del 2017 con mi gente querida de siempre (y nuestros atuendos horteras), no he podido estar en España el 6 de enero, porque empezamos las clases el 4.
Es una sensación rara, como de traición a esos tres señores con barba en los que creemos los españolitos tengamos la edad que tengamos. Como de sentir que debes pedirles perdón por haber tenido que adelantar la entrega de los regalos, como de querer prometerles que pronto volverás a celebrarlo como es debido.
Tonterías de niña chica. Dice mi padre que el infantilismo es la deformación profesional de los maestros.

Aunque el estar lejos de casa no quiere decir que no se sienta la magia de los Reyes. En el roscón casero compartido con los compañeros del cole. En las fotos que habéis ido subiendo a Facebook. En la sonrisa de los peques, que da igual lo que te reconcoma la nostalgia, es contagiosa siempre. En la ilusión de Marcos, al que han traído su primer móvil y te pide que os hagáis un selfie. En los regalitos de los que, como tú, han estado fuera pero te han tenido en mente. En la paella compartida (y la tortilla, y el quesito, y el chorizo) con la familia de acogida de Chicago, que sabe que te entra la morriña y ha querido echarte un cable en forma de fiesta patria. En esos rayos de sol que ya van alargando los días.

Y qué si Sabina suena de fondo durante la cena y se te encoge un poco el corazón. Estás viviendo un momento extraordinario. Que no es un paréntesis, como piensan algunos, sino un pedacito de vida, de biografía, que te está cambiando para siempre. En una ciudad extraordinaria también, rodeada de gente maravillosa que, sin darse cuenta, este año han sido los verdaderos Reyes.