domingo, 8 de enero de 2017

Reyes

Hay tres días al año que me hacen especial ilusión. Y dos de ellos caen en las vacaciones de Navidad: Nochevieja y Reyes.
Este año, aunque sí he podido celebrar el comienzo del 2017 con mi gente querida de siempre (y nuestros atuendos horteras), no he podido estar en España el 6 de enero, porque empezamos las clases el 4.
Es una sensación rara, como de traición a esos tres señores con barba en los que creemos los españolitos tengamos la edad que tengamos. Como de sentir que debes pedirles perdón por haber tenido que adelantar la entrega de los regalos, como de querer prometerles que pronto volverás a celebrarlo como es debido.
Tonterías de niña chica. Dice mi padre que el infantilismo es la deformación profesional de los maestros.

Aunque el estar lejos de casa no quiere decir que no se sienta la magia de los Reyes. En el roscón casero compartido con los compañeros del cole. En las fotos que habéis ido subiendo a Facebook. En la sonrisa de los peques, que da igual lo que te reconcoma la nostalgia, es contagiosa siempre. En la ilusión de Marcos, al que han traído su primer móvil y te pide que os hagáis un selfie. En los regalitos de los que, como tú, han estado fuera pero te han tenido en mente. En la paella compartida (y la tortilla, y el quesito, y el chorizo) con la familia de acogida de Chicago, que sabe que te entra la morriña y ha querido echarte un cable en forma de fiesta patria. En esos rayos de sol que ya van alargando los días.

Y qué si Sabina suena de fondo durante la cena y se te encoge un poco el corazón. Estás viviendo un momento extraordinario. Que no es un paréntesis, como piensan algunos, sino un pedacito de vida, de biografía, que te está cambiando para siempre. En una ciudad extraordinaria también, rodeada de gente maravillosa que, sin darse cuenta, este año han sido los verdaderos Reyes.

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