lunes, 17 de abril de 2017

Verde

Y así, como si nada, después de un día de nieve repentino como de rabieta de niño chico al que se le acaba lo bueno, ha llegado la primavera a Chicago.
Dicen a los que les gusta este clima que lo bueno de vivir aquí es que de verdad se percibe el cambio de las estaciones. Razón tienen. Aquí el verano es asfixiante y pegajoso, el otoño colorea los árboles como nunca lo hace en Madrid, el invierno lo es sin medias tintas. Y por lo que parece, la primavera viene llena de barro y sol y lluvia y un poco de nieve y algún día de viento. Como en los cuentos. Esos cuentos en los que las estaciones eran cuatro con sus abanicos de colores bien diferenciados que poco tenían que ver con la transición suave que vivimos en Madrid de una estación a otra.

Los árboles verdean ya. Los laterales de las carreteras se han puesto el vestido de verano para estar fresquitos, el césped del colegio está que da gusto verlo.
Y de repente se olvida casi del todo el invierno. Se olvidan esos días en los que salíamos de noche del cole, en los que sólo veíamos la luz del sol a través de los cristales del aula porque se nos helaba el culo nada más poner un pie en la calle. Se olvida como dicen que a las madres se les olvida el dolor del parto al poco de dar a luz. Y menos mal.

Poco a poco, la ciudad se va pareciendo más y más a la que conocí a mi llegada. Los chicaguenses van saliendo de su hibernación y llenan las calles, los parques y las terrazas.
Va saliendo la vida otra vez, la vida de colores, de pantalones cortos y chanclas. Y huele ya casi a vacaciones.

Y en mitad de este verde que tiñe mi ciudad de acogida, una luz de Madrid que me hace sentir un poco más cerca de casa. Vallecas, Madrid, en Chicago. Mi yo de España que vuelve a salir, a soltar barbaridades sin preocuparse de lo políticamente correcto, que vuelve a ver este país con ojos patrios. Que por qué nos ponen agua si no la hemos pedido, que qué pelotas es el Uber, que qué maravilla el Art Institute. Y no sólo eso. Que tiene delito, Leti, que hayas tenido que venir para que me pregunte qué será el templo por el que paso al volver del cole cuando elijo el camino largo. Manda narices que el Jardín Botánico sólo me haya animado a verlo contigo. Y menos mal. Qué maravilla re-descubrir esto a tu lado. Tus cámaras y tú. Recarga de pilas por los dos lados. Una y mil veces gracias por traer aún más luz a esta primavera verde. Lejos, pero no tanto, de casa.

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