miércoles, 20 de diciembre de 2017

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Mi amiga Paz lleva diecisiete meses sin pisar la patria. Que se dice pronto.
Y yo me estoy poniendo nerviosa sólo de pensar en lo nerviosa que debe estar ella a nada de montar en el avión de vuelta.
Porque año y medio es mogollón de tiempo. Tiempo para que la vida gire 180º y luego otro poco más. Tu vida y la de los de tu alrededor. Que técnicamente no han estado contigo pero en realidad sí.

Yo cada vez que vuelvo a España me tiro en shock como dos semanas. Reverse cultural shock lo llaman. Lo bueno es que en navidades apenas me da tiempo a sufrirlo. Entre cena y comida y copas y cañas y aperitivos y hay que joderse con lo sociables que somos los españoles, antes de darme cuenta estoy sentada en el avión de vuelta.
Pero el reverse cultural shock ese es serio. Y eso no implica que yo de repente me haya vuelto americana y ame Estados Unidos sobre todas las cosas.  Ni mucho menos. Es más bien que me tiro 24/7 intentando adaptarme a este país de locos y cuando vuelvo a España lo que antes me resultaba cotidiano me parece extraño.

Se me hace raro el contacto físico constante, los marujeos, las aceras estrechas. Me llama la atención que la gente camine de un sitio a otro, que coma de pie, que las raciones sean de un tamaño humano. Que la gente vaya de frente, que no se tiren el moco sobre cosas que en realidad no tienen tanto misterio, que se les note en la cara si se cabrean. Que los edificios tengan historia, que haya un bar en cada esquina, que haya gente mayor, y joven y de todas las edades echando el rato con los amigos. Que las parejas se cojan de la cintura y se besen en público, que la dependienta de la tienda te toque en el brazo para preguntarte si necesitas algo. Que tus amigos te pregunten, como si fueran familia, por todos los detalles de tu vida. Porque te quieren, qué coño. Y tú les cuentas todo con todo lujo de detalles porque en EEUU todo es "Fine, thank you." o "Doing well, and you?" y ya cansa. Que las comidas se alarguen. Y las cenas más. Que no haya hora de fin de fiesta. Y que de verdad, cuando te pregunten, puedas decir que has pasado un "great time".

¿Que qué negativa me ha quedado la entrada, decís? Eso se me pasa en dos cañas y un pincho de tortilla. En un ratito de fotosíntesis en una terraza. En un par de achuchones. Y para cuando esté sentada en el avión de vuelta sentiré que he recargado pilas para los siguientes seis meses. Por eso, si os encontráis a Paz, achuchadla como si fuera vuestra amiga del alma, acosadla a preguntas, llevadla a una terracita con caña. Que seguro que os creéis que después de tanto tiempo uno se acostumbra a todo esto, pero en realidad... este país sigue siendo raruno pasen los meses que pasen.

1 comentario:

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