domingo, 14 de agosto de 2016

Huevos

Que no, que no vas a cenar huevos. Ni hoy, ni mañana, ni probablemente pasado mañana. Porque has ido con toda tu buena intención al súper de la esquina y has llenado tu nevera de comida saludable. Pero no tienes sartén. Ni aceite. Ni sal. Y son tantas las cosas que tienes que recordar estos días que tardarás cinco en poder cenar huevos. Por fin.
Y lo mismo que te ha pasado con los huevos te va a pasar con casi todo. Nada sale a la primera. Y casi nada a la segunda. Menos mal que el destino te ha rodeado de gente maravillosa. Gente a la que, en muchas ocasiones, acabas de conocer, pero en la penuria casi los sientes familia. Y, en mi caso, una amiga del alma que ha venido a hacerme de paño de lágrimas y de destornillador de Ikea durante estos primeros días de locura. Y casi la vuelvo loca a ella.

Supongo que luego escampará la tormenta, y cuando todo se asiente estos días parecerán menos duros, menos áridos, de como los he vivido. Aunque sé que en el fondo no es para tanto. Sé que hay muchísimas más cosas buenas que malas en todo esto, pero tan lejos de casa, a veces una no logra ser todo lo optimista que debería, falta perspectiva. Ahora, ya con más calma, puedo pararme y ser consciente de lo afortunada que soy. De lo bonito que es Chicago. De lo que mola que tenga playas, y pizzas gigantes, y Loop, y música, y tanta vida.

Empieza mañana una segunda semana de clases. Y eso me hace absolutamente feliz. ¡Qué maravilla! Resulta que a este lado del charco los niños también sonríen, se emocionan y te abrazan. Te quieren y eres la mejor profe del mundo, sin discusión. Al fin y al cabo, ¡qué suerte la mía! :)

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