martes, 2 de abril de 2019

Lástima

Hace un par de días se me encendió una luz de esas de aviso en el coche. Como el pobre tiene ya sus años y nos conocemos, le di un poco de tiempo a ver si se le iba sola, pero esta era de las que no. Así que hoy lo he llevado al taller. Y por fin me he sentido como una pro. De la vida americana, digo.
He llevado el coche a la salida del trabajo a un taller que está en Sunset Boulevard, que hasta sin meterlo en el GPS me sé ya por dónde queda. He llegado en un periquete, sin perderme. Que si me lo dicen cuando aterricé aquí no me lo habría creído.
He entrado al sitio, he hablado con la tipa, luego con el tipo. He podido entender su acento neoyorquino (casi) sin problemas. Y mientras hacíamos los trámites he ido pidiendo el Lyft, que en los suburbios tardan como el doble en llegar que en Chicago, acuérdate. Lyft para el que tengo un bono que me descuenta 5 dólares de cualquier trayecto. Porque Kyle me aconseja muy bien para estas cosas, si no ahí estaría yo la primera pagando el precio completo del Uber. 
La hora de recogida del Lyft era crucial. El tren sale de la estación de Waukegan a las 17.10, que me lo sé sin mirar el móvil, y eran ya las 16.40. Y el tráfico en la rush hour es un suplicio estés donde estés, y no era plan de perderlo porque el siguiente no pasa hasta las 18.10. Eso también me lo sé sin mirarlo. Y la sala de espera de la estación la cierran a partir del mediodía o así para evitar que se les llene de mendigos o de gente que ha perdido el tren. Que ya me he helado el culete un par de veces por la tontería y ya no se me olvida.
Esta vez he llegado a tiempo y le he explicado el sistema a una chica que tenía la misma expresión que yo la primera vez que cogí el tren en esa estación. Que no, que mira, que el tren viene de Chicago, sí. Pero es el que tienes que coger tú, aunque tú no vayas hacia el Norte. Porque ahora lo que hace es bajar un poco, cambiar de vía y ahora ya es el tren que va hacia el Sur, que es a donde quieres ir tú. Y me dice, ilusa, que si no sería más fácil que tuviera un letrerito. A mí me lo vas a decir. 
Me he sentado en el vagón y  no he tenido que buscar el dinero porque, como soy pro (no sé si lo he dicho antes), ya tenía el billete comprado en la app. He disfrutado de un libro maravilloso, tranquilamente, porque el trayecto es largo de pelotas. He visto a un abuelete con un carrito doble que estaba viendo pasar el tren con sus nietos. He seguido leyendo. Y luego me he bajado sin carreras previas en el lugar correcto de la estación. Que no es fácil. Porque resulta que mi estación es corta, con lo cual si te sientas hacia el final del tren y luego te quieres bajar no puedes porque esas puertas no se abren. Te lo digo por experiencia.
Y he llegado a casa y me he acordado de que las puertas aquí se abren girando la llave en la dirección contraria a las agujas del reloj. Que no te creas que me acuerdo siempre.
Y ya. 
Dice mi padre que tendría que haber hecho una lista con los pequeños logros que he ido acumulando durante estos años allende los mares y he pensado que lo de hoy en julio del 16 se me habría hecho un mundo. Así que he decidido ponerlo por aquí y darme a mí misma un pat on the back, en modo anglosajón autosuficiente.
Porque es verdad, qué cojones. Esto de poder funcionar de manera normal a tantos kilómetros de casa no es poca cosa. Ningún país viene con manual de instrucciones y los primeros meses se los pasa una aprendiendo a base de tortas. Y ahora que están empezando a seleccionar a los nuevos PPVVs me entran la morriña y el PTSD a partes iguales y me doy cuenta del camino recorrido.
Lástima que lo de sentirme así tan pro me venga a dos meses y medio de volverme para España. Aunque la verdad, más que lástima lo que hay son ganas.

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