Es importante valorar las pequeñas cosas que alegran el día a día. Como el que uno de los enanos que comienza Kinder ahora te mire cuando le vas a recoger a su aula porque ha llegado mamá y te diga "You're pretty", te coja de la mano y camine contigo diciéndote que ha tenido un primer día genial.
Como el hecho de que, a pesar de que te has sentado sin pensarlo mucho en uno de los bancos que pintaron ayer los voluntarios de esa empresa de la que ya no recuerdas el nombre, los pantalones que más usas en el cole no se te han manchado de pintura rosa. Por otra parte, está el pequeño detalle de que la compañera a la que has pedido que lo compruebe te ha dicho que tienes una mancha blanca con forma de mano cerca del trasero. Pero el cómo ha llegado ahí y por qué no me he dado cuenta de ello hasta el final del día es otra historia.
Aprecia también que tus niños, que han subido contigo a primero, aunque no saben leer mucho, disfrutan enormemente con la lectura. Hasta el punto de que N y X se han tumbado en la alfombra juntos para leer un cuento de un unicornio. N se lo va "leyendo" mientras pasa las páginas con una entonación perfecta. Tanto es así que te quedas escuchando a ver si es que por algún milagro esta niña durante el verano ha adquirido una fluidez lectora como de 5º. Hasta que de repente oyes que en vez de la historia de un unicornio ella está contando la historia de una "delivery goat". No preguntéis cómo se ha convertido un fantástico animal mitológico en el medio de transporte más surrealista que he escuchado en mucho tiempo. Tampoco importa. Las risas que me he echado yo sola mientras ellos seguían a lo suyo no me las quita nadie.
Valora todo eso porque, sumado, es lo que hace que no te importe haber empezado ya las clases, mientras en la radio anuncian que el comienzo del curso oficial en Chicago es el 5 de septiembre.
Para entonces mis niños estarán ya en la mitad de su primer trimestre. Nos habremos reacostumbrado a vernos a diario. Y me seguirán diciendo cuando llegan que me han echado de menos, y que me echarán de menos al irse. Porque para muchos de mis alumnos el hecho de que sólo hayamos tenido cinco semanas sin cole es una maravilla, un escape de su mundo. Y a mí ya sólo con eso, y con sus detalles, me vale.
Después de unos cuantos años trabajando en el sistema español, llega otra vez el momento de ser novata. En EEUU.
miércoles, 9 de agosto de 2017
jueves, 3 de agosto de 2017
Volver
A mi hueco. Que se había quedado aquí, a este lado del charco. Que de toda la vida ha sido el otro lado y ahora me resulta más familiar que el que siempre consideré mío.
Será porque mi rutina está aquí y a Madrid hace tiempo que vuelvo sólo de vacaciones.
El sábado pasado aterricé en EEUU después de cuatro o cinco semanas en España y ahora ya parece que no me he ido. Me he incorporado a mi vida como si nada, pero en realidad sí. Ha sido el tiempo suficiente como para dejarme con un pie en cada continente, con el océano de por medio. Con sus casi siete mil kilómetros entre pie y pie. Sus cuatro mil y pico millas.
Ya me avisaron otros viajeros, agárrate a la vuelta. Y yo, que aún no he vuelto del todo, no me esperaba esto en mi retorno temporal a la madre patria. El choque cultural de no saber ya a qué carajo agarrarte. Quién narices eres. Encontrarte con lo mismo de siempre pero nuevo de ahora. Y tu vida de aquí avanzando sin ti. Igual que ha avanzado tu vida de allí.
Y no queda otra que seguir. Planificar vacaciones dos veces al año. Quedar con todos. Decirles que les quieres. Hablar, hablar y hablar entre caña y copa, entre tapa y pincho. Entre ración y ración de jamón. Y al cabo de un tiempo volver a encontrar tu hueco en Madrid, con tu gente de siempre. Para volver a irte. A seguir. Que esto no para.
Será porque mi rutina está aquí y a Madrid hace tiempo que vuelvo sólo de vacaciones.
El sábado pasado aterricé en EEUU después de cuatro o cinco semanas en España y ahora ya parece que no me he ido. Me he incorporado a mi vida como si nada, pero en realidad sí. Ha sido el tiempo suficiente como para dejarme con un pie en cada continente, con el océano de por medio. Con sus casi siete mil kilómetros entre pie y pie. Sus cuatro mil y pico millas.
Ya me avisaron otros viajeros, agárrate a la vuelta. Y yo, que aún no he vuelto del todo, no me esperaba esto en mi retorno temporal a la madre patria. El choque cultural de no saber ya a qué carajo agarrarte. Quién narices eres. Encontrarte con lo mismo de siempre pero nuevo de ahora. Y tu vida de aquí avanzando sin ti. Igual que ha avanzado tu vida de allí.
Y no queda otra que seguir. Planificar vacaciones dos veces al año. Quedar con todos. Decirles que les quieres. Hablar, hablar y hablar entre caña y copa, entre tapa y pincho. Entre ración y ración de jamón. Y al cabo de un tiempo volver a encontrar tu hueco en Madrid, con tu gente de siempre. Para volver a irte. A seguir. Que esto no para.
martes, 30 de mayo de 2017
Exhausta
Todos los que me leéis y sobre todo los que habéis estado por aquí de visita sabéis que mi jornada laboral es larga y que acabo muy cansada. La red de centros para la que trabajo considera que atendiendo a los niños más horas al día y más días al año que cualquier otra escuela conseguiremos compensar las deficiencias de sus entornos familiares y sociales, poniéndoles así al nivel de otros chavales más favorecidos.
En teoría suena fenomenal. En la práctica implica que llevamos ya algo más de 180 días de clase y estamos todos absolutamente agotados.
El final de la semana pasada, en concreto, fue de traca. Llevábamos prácticamente dos meses sin ningún tipo de descanso y tanto niños como maestros estábamos que nos subíamos por las paredes. De eso que estás tan cansada que te planteas si de verdad esto es lo tuyo, si quieres hacer esto toda tu vida.
Afortunadamente aquí, a parte de las vacaciones normales (que son más cortas que las españolas), el cole te permite pedir cinco días al año de asuntos propios. Aprovechando que el lunes era festivo (Memorial Day), pedí el viernes también para tener así cuatro días libres y descansar en condiciones. Me lo concedieron desde el equipo directivo, contra todo pronóstico, ya que no suelen ser partidarios de alargar puentes. No os hacéis una idea de lo bien que me ha venido.
He pasado los cuatro días en Allegan, un pequeño pueblo de Michigan. Que si yard sales, que si paseos junto al lago. Que si barbacoa, que si pelis chorra. Que ¿a qué dices que te dedicas? Y yo que sé, ya ni me acuerdo. ¿Qué por qué zona vives? Yo aquí, ahora, gracias.
Desconexión total, qué maravilla. De la ciudad, de las prisas, del tráfico, de los madrugones, de la ropa de trabajo, de los precios desorbitados.
Y hoy, martes-lunes, miraba a los niños con otros ojos. Que sí que son monos, que es que se me había olvidado. Que sí que están aprendiendo, mujer. ¿No ves que acaban de leer en alto un libro largo que te cagas casi sin ayuda? Respiro de alivio.
Y el jueves y el viernes MAPP testing y se acabó. A repasar y a salir mucho al parque. Y a descansar y a volver a querernos. Que el verano llega enseguida y se acaba en un momento. Que cinco semanas se pasan en nada y a la vuelta tenemos que poder cogerlo con ganas.
En teoría suena fenomenal. En la práctica implica que llevamos ya algo más de 180 días de clase y estamos todos absolutamente agotados.
El final de la semana pasada, en concreto, fue de traca. Llevábamos prácticamente dos meses sin ningún tipo de descanso y tanto niños como maestros estábamos que nos subíamos por las paredes. De eso que estás tan cansada que te planteas si de verdad esto es lo tuyo, si quieres hacer esto toda tu vida.
Afortunadamente aquí, a parte de las vacaciones normales (que son más cortas que las españolas), el cole te permite pedir cinco días al año de asuntos propios. Aprovechando que el lunes era festivo (Memorial Day), pedí el viernes también para tener así cuatro días libres y descansar en condiciones. Me lo concedieron desde el equipo directivo, contra todo pronóstico, ya que no suelen ser partidarios de alargar puentes. No os hacéis una idea de lo bien que me ha venido.
He pasado los cuatro días en Allegan, un pequeño pueblo de Michigan. Que si yard sales, que si paseos junto al lago. Que si barbacoa, que si pelis chorra. Que ¿a qué dices que te dedicas? Y yo que sé, ya ni me acuerdo. ¿Qué por qué zona vives? Yo aquí, ahora, gracias.
Desconexión total, qué maravilla. De la ciudad, de las prisas, del tráfico, de los madrugones, de la ropa de trabajo, de los precios desorbitados.
Y hoy, martes-lunes, miraba a los niños con otros ojos. Que sí que son monos, que es que se me había olvidado. Que sí que están aprendiendo, mujer. ¿No ves que acaban de leer en alto un libro largo que te cagas casi sin ayuda? Respiro de alivio.
Y el jueves y el viernes MAPP testing y se acabó. A repasar y a salir mucho al parque. Y a descansar y a volver a querernos. Que el verano llega enseguida y se acaba en un momento. Que cinco semanas se pasan en nada y a la vuelta tenemos que poder cogerlo con ganas.
sábado, 20 de mayo de 2017
Lunares
En España trabajo con niños de todos los colores, excepto en mi último cole porque Chamberí es lo que tiene. Pero nunca ha sido relevante el tema de la raza. En este país la raza está presente a cada paso que das. Nunca en mi vida he hablado tanto sobre el color de mi piel. Que, por si os interesa, en este país es brown porque no soy americana blanca. Hablo español como primera lengua y eso ya me hace pertenecer a otra categoría racial, a pesar de que no paso de la leche manchada en verano. Eso no importa. Para ser white tienes que cumplir una serie de requisitos que vienen con una serie de privilegios, a veces sutiles y otras veces no tanto. La white people también tiene sus problemas, no os creáis. Principalmente de cara a todos los demás grupos étnicos, que están hasta la bola de lo que aquí se llama white privilege. Pero a lo que voy, que a pesar de que en todos los colegios donde he trabajado siempre he tenido chavales de razas múltiples, la piel nunca fue un tema de conversación entre nosotros. Me (y les) importaba bastante poco.
Mis niños negros de aquí, en cambio, son muy conscientes de que son negros y cada dos por tres me saltan con un "He's talking about my skin" que utilizan para hacer sentir culpables a los adultos y conseguir una reacción desmesurada ante cualquier problema. No vayamos a tener problemas en el país de la corrección política. No vaya a venir un padre a decir que somos racistas, que no se les trata de manera igualitaria. Que en este país está todo muy pensado para dar apariencia de igualdad. Mientras no se rasque mucho.
Estados Unidos es un país muy segregado. Y eso hace que yo sea, probablemente, la persona más blanca que mis alumnos negros ven diariamente. El otro día, cuando era verano (hemos vuelto a las temperaturas invernales de repente), iba yo con una blusa sin mangas y uno de mis alumnos negros me miró intensamente el brazo, me tocó los lunares y me preguntó que qué eran esos bumps. Le dije que eran lunares, que me han ido saliendo por estar al sol y pareció quedarse tranquilo. Al día siguiente me volvió a mirar extrañado y me preguntó, preocupado, "Are you gonna have these forever?". Y le dije que sí. Y se me ocurrió que nunca se me había ocurrido pensar que la gente negra, por lo general, no tiene lunares en los brazos. Y que qué bien que estemos todos mezcladitos y podamos mirarnos de cerca y vencer la distancia entre las razas. Que suena anticuado. Pero a este lado del charco todavía hace falta.
Mis niños negros de aquí, en cambio, son muy conscientes de que son negros y cada dos por tres me saltan con un "He's talking about my skin" que utilizan para hacer sentir culpables a los adultos y conseguir una reacción desmesurada ante cualquier problema. No vayamos a tener problemas en el país de la corrección política. No vaya a venir un padre a decir que somos racistas, que no se les trata de manera igualitaria. Que en este país está todo muy pensado para dar apariencia de igualdad. Mientras no se rasque mucho.
Estados Unidos es un país muy segregado. Y eso hace que yo sea, probablemente, la persona más blanca que mis alumnos negros ven diariamente. El otro día, cuando era verano (hemos vuelto a las temperaturas invernales de repente), iba yo con una blusa sin mangas y uno de mis alumnos negros me miró intensamente el brazo, me tocó los lunares y me preguntó que qué eran esos bumps. Le dije que eran lunares, que me han ido saliendo por estar al sol y pareció quedarse tranquilo. Al día siguiente me volvió a mirar extrañado y me preguntó, preocupado, "Are you gonna have these forever?". Y le dije que sí. Y se me ocurrió que nunca se me había ocurrido pensar que la gente negra, por lo general, no tiene lunares en los brazos. Y que qué bien que estemos todos mezcladitos y podamos mirarnos de cerca y vencer la distancia entre las razas. Que suena anticuado. Pero a este lado del charco todavía hace falta.
lunes, 17 de abril de 2017
Verde
Y así, como si nada, después de un día de nieve repentino como de rabieta de niño chico al que se le acaba lo bueno, ha llegado la primavera a Chicago.
Dicen a los que les gusta este clima que lo bueno de vivir aquí es que de verdad se percibe el cambio de las estaciones. Razón tienen. Aquí el verano es asfixiante y pegajoso, el otoño colorea los árboles como nunca lo hace en Madrid, el invierno lo es sin medias tintas. Y por lo que parece, la primavera viene llena de barro y sol y lluvia y un poco de nieve y algún día de viento. Como en los cuentos. Esos cuentos en los que las estaciones eran cuatro con sus abanicos de colores bien diferenciados que poco tenían que ver con la transición suave que vivimos en Madrid de una estación a otra.
Los árboles verdean ya. Los laterales de las carreteras se han puesto el vestido de verano para estar fresquitos, el césped del colegio está que da gusto verlo.
Y de repente se olvida casi del todo el invierno. Se olvidan esos días en los que salíamos de noche del cole, en los que sólo veíamos la luz del sol a través de los cristales del aula porque se nos helaba el culo nada más poner un pie en la calle. Se olvida como dicen que a las madres se les olvida el dolor del parto al poco de dar a luz. Y menos mal.
Poco a poco, la ciudad se va pareciendo más y más a la que conocí a mi llegada. Los chicaguenses van saliendo de su hibernación y llenan las calles, los parques y las terrazas.
Va saliendo la vida otra vez, la vida de colores, de pantalones cortos y chanclas. Y huele ya casi a vacaciones.
Y en mitad de este verde que tiñe mi ciudad de acogida, una luz de Madrid que me hace sentir un poco más cerca de casa. Vallecas, Madrid, en Chicago. Mi yo de España que vuelve a salir, a soltar barbaridades sin preocuparse de lo políticamente correcto, que vuelve a ver este país con ojos patrios. Que por qué nos ponen agua si no la hemos pedido, que qué pelotas es el Uber, que qué maravilla el Art Institute. Y no sólo eso. Que tiene delito, Leti, que hayas tenido que venir para que me pregunte qué será el templo por el que paso al volver del cole cuando elijo el camino largo. Manda narices que el Jardín Botánico sólo me haya animado a verlo contigo. Y menos mal. Qué maravilla re-descubrir esto a tu lado. Tus cámaras y tú. Recarga de pilas por los dos lados. Una y mil veces gracias por traer aún más luz a esta primavera verde. Lejos, pero no tanto, de casa.
Dicen a los que les gusta este clima que lo bueno de vivir aquí es que de verdad se percibe el cambio de las estaciones. Razón tienen. Aquí el verano es asfixiante y pegajoso, el otoño colorea los árboles como nunca lo hace en Madrid, el invierno lo es sin medias tintas. Y por lo que parece, la primavera viene llena de barro y sol y lluvia y un poco de nieve y algún día de viento. Como en los cuentos. Esos cuentos en los que las estaciones eran cuatro con sus abanicos de colores bien diferenciados que poco tenían que ver con la transición suave que vivimos en Madrid de una estación a otra.
Los árboles verdean ya. Los laterales de las carreteras se han puesto el vestido de verano para estar fresquitos, el césped del colegio está que da gusto verlo.
Y de repente se olvida casi del todo el invierno. Se olvidan esos días en los que salíamos de noche del cole, en los que sólo veíamos la luz del sol a través de los cristales del aula porque se nos helaba el culo nada más poner un pie en la calle. Se olvida como dicen que a las madres se les olvida el dolor del parto al poco de dar a luz. Y menos mal.
Poco a poco, la ciudad se va pareciendo más y más a la que conocí a mi llegada. Los chicaguenses van saliendo de su hibernación y llenan las calles, los parques y las terrazas.
Va saliendo la vida otra vez, la vida de colores, de pantalones cortos y chanclas. Y huele ya casi a vacaciones.
Y en mitad de este verde que tiñe mi ciudad de acogida, una luz de Madrid que me hace sentir un poco más cerca de casa. Vallecas, Madrid, en Chicago. Mi yo de España que vuelve a salir, a soltar barbaridades sin preocuparse de lo políticamente correcto, que vuelve a ver este país con ojos patrios. Que por qué nos ponen agua si no la hemos pedido, que qué pelotas es el Uber, que qué maravilla el Art Institute. Y no sólo eso. Que tiene delito, Leti, que hayas tenido que venir para que me pregunte qué será el templo por el que paso al volver del cole cuando elijo el camino largo. Manda narices que el Jardín Botánico sólo me haya animado a verlo contigo. Y menos mal. Qué maravilla re-descubrir esto a tu lado. Tus cámaras y tú. Recarga de pilas por los dos lados. Una y mil veces gracias por traer aún más luz a esta primavera verde. Lejos, pero no tanto, de casa.
sábado, 11 de marzo de 2017
Rutina
Casi un mes y medio sin escribir por aquí. Y casi ocho meses a este lado del charco.
Y es ahora cuando empiezan a apagarse los focos de la novedad, que lo hacen ver todo con ojos de turista, y se comienza a ver la vida aquí como lo que es: la nueva rutina. Y no lo digo en el sentido peyorativo que suele tener la palabra. Constato simplemente el hecho de que esto que tengo aquí es ya definitivamente mi vida.
Mi rutina aquí es sencilla. Y larga. La comparto para mis compis profes, que me suelen preguntar. Y para mi familia querida, que sé que cuente lo que cuente les interesa.
Me levanto a las 5.15 todas las mañanas. Desayuno mientras preparo la comida. Ducha, elegir ropa para el trabajo (¿es jean day hoy?) y al coche. Escucho country por las mañanas. Siempre. Hay un par de tipos que hace un programa divertido en US99 y no me hacen pensar demasiado. El camino al trabajo no tiene mucha complicación: Dempster hacia el oeste, luego la I94 hacia el norte y por último Grand Avenue hacia el este de nuevo. Poco más. Siempre llevo el GPS del móvil puesto por el tráfico. El jueves había un atasco del carajo y me mandó por una ruta alternativa con bosque y lago. Se empieza el día de otra manera.
En el colegio los niños entran a las 8 de la mañana. Tienen media hora para coger el desayuno del comedor y se lo comen en la clase, mientras yo preparo las cosas. A y media se sientan en la alfombra, paso lista, leo el morning message, lo trabajamos, repasamos el sonido de la semana y las sight words y hacemos una breve pausa de unos 10 minutos. Después pasamos a hacer la clase de Reading, en la que analizamos distintos textos y trabajamos vocabulario (hablaré del curriculum que seguimos en otra entrada porque tiene miga). Sobre las 10.15 pasamos a nuestros centers. Esto son actividades de 12 minutos de duración por las que van rotando los niños en grupos acordes con su nivel de competencia lectora. Tenemos actividades de construir palabras recortando, de buscar vocabulario en ciertos libros, actividades en los laptops... y un ratito conmigo.
Como a las 11.25. Tengo media hora.
El recreo es de 12.10 a 12.40. Hago patio todos los días.
Las tardes varían más. Puede que empleemos parte del tiempo en acabar las rotaciones o, si ya las hemos acabado por la mañana, pasamos a matemáticas. Se trabaja el calendario, los días que llevamos en el cole desde que empezamos (¡130!) y otros contenidos. Imparto una pequeña lección al gran grupo y luego pasamos a trabajo individual o hacemos centers de nuevo, según el tiempo que tengamos. Los viernes vamos también un ratito a la biblioteca.
A las 14.45 tienen specials. Que puede ser Arte o Educación Física. Ese es mi planning time. Se le suman los siguientes 15 minutos en los que mi assistant se encarga de la clase, leyendo un cuento o repartiendo snacks. Con lo cual tengo 45 minutos para preparar las clases próximas, imprimir materiales, reunirme con personal de apoyo del centro...
A las 15.45 tienen que estar listos para ir al gimnasio, donde se les organiza en filas para ir a la ruta o a la parte frontal del edificio si les vienen a buscar los papás.
Sobre las 16 ha terminado todo el jaleo. Te puedes quedar, si quieres, más allá de las 16.15 que dice tu contrato. Pero generalmente estás tan agotada que lo único que quieres es salir pitando para casa, a ver si no te comes demasiado tráfico. Pero siempre hay. El trayecto de la tarde te lleva una hora y diez como mínimo. Suelo volver por carreteras más pequeñas que me ahorran el stop and go agotador de la autovía.
Llego a casa nunca antes de las 17.30. Y ahora, dependiendo del día que haya tenido, puede que me tire en el sofá en modo ameba o que haya tenido que ir a hacer compra y me dedique a colocarla. O que se me hayan acabado los calcetines y toque hacer colada. A veces, si hay suerte, saco fuerzas para hacer yoga.
A cenar, ligerito, y a la cama nunca después de las 23, que al día siguiente se madruga un huevo. Y así de lunes a viernes.
Los fines de semana varían, claro. y son la recarga de pilas que hace falta para poder aguantar el trajín del colegio. Menos mal.
Ahora que esta ya es oficialmente mi rutina vivo más tranquila. Porque el cerebro humano funciona mejor en lo conocido, en lo cotidiano, y ahora ya no me cuesta tanto esfuerzo todo. Ya he arreglado los últimos flecos que me quedaban (la dichosa factura de la luz, que aún no estaba a mi nombre...) y viene todo mucho más rodado.
Los días se hacen más largos. Mañana cambiamos de nuevo los relojes.
Y la luz se empieza a parecer más a la que había cuando llegaste. Cuando llegaste hace ocho meses y no había ni un solo minuto al día que fuera rutina. Cuando todo te parecía nuevo, y raro, y fascinante.Y nada de esto era tuyo.
No ha pasado tanto, y sin embargo...
Y es ahora cuando empiezan a apagarse los focos de la novedad, que lo hacen ver todo con ojos de turista, y se comienza a ver la vida aquí como lo que es: la nueva rutina. Y no lo digo en el sentido peyorativo que suele tener la palabra. Constato simplemente el hecho de que esto que tengo aquí es ya definitivamente mi vida.
Mi rutina aquí es sencilla. Y larga. La comparto para mis compis profes, que me suelen preguntar. Y para mi familia querida, que sé que cuente lo que cuente les interesa.
Me levanto a las 5.15 todas las mañanas. Desayuno mientras preparo la comida. Ducha, elegir ropa para el trabajo (¿es jean day hoy?) y al coche. Escucho country por las mañanas. Siempre. Hay un par de tipos que hace un programa divertido en US99 y no me hacen pensar demasiado. El camino al trabajo no tiene mucha complicación: Dempster hacia el oeste, luego la I94 hacia el norte y por último Grand Avenue hacia el este de nuevo. Poco más. Siempre llevo el GPS del móvil puesto por el tráfico. El jueves había un atasco del carajo y me mandó por una ruta alternativa con bosque y lago. Se empieza el día de otra manera.
En el colegio los niños entran a las 8 de la mañana. Tienen media hora para coger el desayuno del comedor y se lo comen en la clase, mientras yo preparo las cosas. A y media se sientan en la alfombra, paso lista, leo el morning message, lo trabajamos, repasamos el sonido de la semana y las sight words y hacemos una breve pausa de unos 10 minutos. Después pasamos a hacer la clase de Reading, en la que analizamos distintos textos y trabajamos vocabulario (hablaré del curriculum que seguimos en otra entrada porque tiene miga). Sobre las 10.15 pasamos a nuestros centers. Esto son actividades de 12 minutos de duración por las que van rotando los niños en grupos acordes con su nivel de competencia lectora. Tenemos actividades de construir palabras recortando, de buscar vocabulario en ciertos libros, actividades en los laptops... y un ratito conmigo.
Como a las 11.25. Tengo media hora.
El recreo es de 12.10 a 12.40. Hago patio todos los días.
Las tardes varían más. Puede que empleemos parte del tiempo en acabar las rotaciones o, si ya las hemos acabado por la mañana, pasamos a matemáticas. Se trabaja el calendario, los días que llevamos en el cole desde que empezamos (¡130!) y otros contenidos. Imparto una pequeña lección al gran grupo y luego pasamos a trabajo individual o hacemos centers de nuevo, según el tiempo que tengamos. Los viernes vamos también un ratito a la biblioteca.
A las 14.45 tienen specials. Que puede ser Arte o Educación Física. Ese es mi planning time. Se le suman los siguientes 15 minutos en los que mi assistant se encarga de la clase, leyendo un cuento o repartiendo snacks. Con lo cual tengo 45 minutos para preparar las clases próximas, imprimir materiales, reunirme con personal de apoyo del centro...
A las 15.45 tienen que estar listos para ir al gimnasio, donde se les organiza en filas para ir a la ruta o a la parte frontal del edificio si les vienen a buscar los papás.
Sobre las 16 ha terminado todo el jaleo. Te puedes quedar, si quieres, más allá de las 16.15 que dice tu contrato. Pero generalmente estás tan agotada que lo único que quieres es salir pitando para casa, a ver si no te comes demasiado tráfico. Pero siempre hay. El trayecto de la tarde te lleva una hora y diez como mínimo. Suelo volver por carreteras más pequeñas que me ahorran el stop and go agotador de la autovía.
Llego a casa nunca antes de las 17.30. Y ahora, dependiendo del día que haya tenido, puede que me tire en el sofá en modo ameba o que haya tenido que ir a hacer compra y me dedique a colocarla. O que se me hayan acabado los calcetines y toque hacer colada. A veces, si hay suerte, saco fuerzas para hacer yoga.
A cenar, ligerito, y a la cama nunca después de las 23, que al día siguiente se madruga un huevo. Y así de lunes a viernes.
Los fines de semana varían, claro. y son la recarga de pilas que hace falta para poder aguantar el trajín del colegio. Menos mal.
Ahora que esta ya es oficialmente mi rutina vivo más tranquila. Porque el cerebro humano funciona mejor en lo conocido, en lo cotidiano, y ahora ya no me cuesta tanto esfuerzo todo. Ya he arreglado los últimos flecos que me quedaban (la dichosa factura de la luz, que aún no estaba a mi nombre...) y viene todo mucho más rodado.
Los días se hacen más largos. Mañana cambiamos de nuevo los relojes.
Y la luz se empieza a parecer más a la que había cuando llegaste. Cuando llegaste hace ocho meses y no había ni un solo minuto al día que fuera rutina. Cuando todo te parecía nuevo, y raro, y fascinante.Y nada de esto era tuyo.
No ha pasado tanto, y sin embargo...
lunes, 23 de enero de 2017
Banana bread
Hay lunes que una se levanta con el pie torcido. El fin de semana se hace corto, después del finde pasado de tres días y cuesta volver al cole.
Esta mañana me levanté cansada como para acostarme ya hasta el martes. Pero no se puede. Que soy la profe y es una movida. Aunque ya sé, tras unos cuantos años de experiencia, que como entre con el paso cambiado en el aula el día no va a ir bien y... voilà. Sin sorpresas. El día ha sido un desastre. Que en España te pasa y te da un poco más igual, porque te vuelves en el metro, en tu rutina de días de mierda y listo. Pero aquí no hay rutina de días de mierda todavía, porque afortunadamente no han sido muchos. Así que vas improvisando.
En mi breve experiencia en un país con un idioma extranjero (así, como suena), el propio te sale más fácilmente en las circunstancias más emocionales. Ya lo he comentado alguna vez. Y hoy estaba yo emocional. Y de un patrio que tiraba para atrás.
Así que cuando A, tras tocar los cojones durante todo el día, me dice, sincerándose, que "I just don't like being nice", le he soltado un "La madre que te parió" que me he quedado más a gusto que nada. No es profesional, lo reconozco, pero es que hay que echarle de comer aparte al colega. Ojú. Y una, que se dedica a esto porque de verdad cree en ello, a veces se siente desbordada cuando nada funciona. Y aunque sabe que en esta profesión lo importante, lo primero, son ellos, a veces también se cansa, y se harta de que no les importe en absoluto tu estado de ánimo. Qué les va a importar. Si tienen 5 años. Angelicos. Suficiente tienen ya con lo suyo de casa, bien lo sabes. Pero ya mañana volverás al modo zen. Hoy toca ofuscarse.
Por algún extraño motivo, el cabreo te da energía y cuando llegas a casa, a las mil y ya de noche, claro, aún tienes fuerzas para poner la lavadora y la secadora (con todo lo que eso conlleva) y de doblar la ropa, y de tender la que no se ha secado bien porque hoy es uno de esos días, y de aspirar la casa, y de hacer un banana bread con los tres plátanos pochos que tienes en el frutero, que ya te vale. Con la poca fruta que compras y se te pone mala.
Y mientras el bollo (que a ver cómo sale porque lo has hecho un poco a ojo) se hace en el horno, te preparas la cena y no está rica. Porque mientras la preparabas pensabas en esta entrada que ibas a escribir y en lo a gusto que te ibas a quedar cuando la publicaras. Y piensas, mientras das el último mordisco al burrito insulso, en el horno. Que no se te olvide apagar el horno.
Y echas un poco de menos los días malos en Madrid, que por lo menos es casa. Pero te das cuenta de casa ahora es esto. Así que esperas que no haya demasiados días como hoy y te deleitas en el olor a bollo recién hecho y a ropita limpia. Y piensas que, al fin y al cabo, no es un mal final para este lunes de mierda.
Esta mañana me levanté cansada como para acostarme ya hasta el martes. Pero no se puede. Que soy la profe y es una movida. Aunque ya sé, tras unos cuantos años de experiencia, que como entre con el paso cambiado en el aula el día no va a ir bien y... voilà. Sin sorpresas. El día ha sido un desastre. Que en España te pasa y te da un poco más igual, porque te vuelves en el metro, en tu rutina de días de mierda y listo. Pero aquí no hay rutina de días de mierda todavía, porque afortunadamente no han sido muchos. Así que vas improvisando.
En mi breve experiencia en un país con un idioma extranjero (así, como suena), el propio te sale más fácilmente en las circunstancias más emocionales. Ya lo he comentado alguna vez. Y hoy estaba yo emocional. Y de un patrio que tiraba para atrás.
Así que cuando A, tras tocar los cojones durante todo el día, me dice, sincerándose, que "I just don't like being nice", le he soltado un "La madre que te parió" que me he quedado más a gusto que nada. No es profesional, lo reconozco, pero es que hay que echarle de comer aparte al colega. Ojú. Y una, que se dedica a esto porque de verdad cree en ello, a veces se siente desbordada cuando nada funciona. Y aunque sabe que en esta profesión lo importante, lo primero, son ellos, a veces también se cansa, y se harta de que no les importe en absoluto tu estado de ánimo. Qué les va a importar. Si tienen 5 años. Angelicos. Suficiente tienen ya con lo suyo de casa, bien lo sabes. Pero ya mañana volverás al modo zen. Hoy toca ofuscarse.
Por algún extraño motivo, el cabreo te da energía y cuando llegas a casa, a las mil y ya de noche, claro, aún tienes fuerzas para poner la lavadora y la secadora (con todo lo que eso conlleva) y de doblar la ropa, y de tender la que no se ha secado bien porque hoy es uno de esos días, y de aspirar la casa, y de hacer un banana bread con los tres plátanos pochos que tienes en el frutero, que ya te vale. Con la poca fruta que compras y se te pone mala.
Y mientras el bollo (que a ver cómo sale porque lo has hecho un poco a ojo) se hace en el horno, te preparas la cena y no está rica. Porque mientras la preparabas pensabas en esta entrada que ibas a escribir y en lo a gusto que te ibas a quedar cuando la publicaras. Y piensas, mientras das el último mordisco al burrito insulso, en el horno. Que no se te olvide apagar el horno.
Y echas un poco de menos los días malos en Madrid, que por lo menos es casa. Pero te das cuenta de casa ahora es esto. Así que esperas que no haya demasiados días como hoy y te deleitas en el olor a bollo recién hecho y a ropita limpia. Y piensas que, al fin y al cabo, no es un mal final para este lunes de mierda.
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