miércoles, 30 de noviembre de 2016

Good morning!


A veces se me pasa hablar del cole. Que este programa es para mejorar el sistema educativo español, no se nos olvide ;)
Ya he comentado que me han movido al grupo de Infantil que se ha creado para descargar las otras clases. Tengo 22 enanillos a mi cargo ahora mismo. Y como novata que soy en el territorio de Kinder, y mucho más en este país, me pasé por las clases durante la semana que me dieron de preparación para enterarme un poco de lo que suelen hacer las maestras de esta etapa por aquí. En las cuatro clases se empezaba la mañana más o menos igual: Trabajando el calendario y el morning message. Eso es lo que veis en la imagen. Un pequeño texto que se escribe sin mayúsculas y sólo con puntos y que se corrige junto con los niños para que vayan interiorizando las distintas convenciones de la escritura. Yo le he añadido el trabajo de las sight words. Para los no iniciados, estas son palabras que los niños angloparlantes tienen que aprender de manera sintética, visual, porque la mayoría de las veces no siguen las normas de pronunciación convencionales del inglés. Las pocas que hay. Se eligen cuatro palabras de uso frecuente cada semana. El problema que yo veía en las otras clases era que se presentaban muy descontextualizadas y luego, en 1º (donde estaba yo antes) los niños no eran capaces de identificarlas al leer un texto. Así que, aún a riesgo de que las frases del morning message queden algo más forzadas, me he propuesto incorporarlas. Con lo cual, el trabajo del morning message queda así:
-Lectura grupal, siguiendo con un puntero para marcar la dirección de la misma.
-Señalar los puntos o periods.
-Corregir a la profe, que siempre se olvida las mayúsculas que van después del punto y las del día de la semana y el mes.
- Lectura con entonación marcada para decidir dónde debemos poner los signos de exclamación.
-Buscar y rodear las sight words, que están expuestas en las flashcards que se utilizan durante otros momentos del día.
-Echo reading del mensaje completo.

Y así comienzan las mañanas tooooodos los días de lunes a viernes. Los días que trabajo no me pillaréis sin saber la fecha. No me queda otra.

Me parecía interesante compartirlo porque no estoy segura de si se hace algo parecido en España y, qué narices, para que veáis qué mona me sale ya la letra a la americana. Que mi trabajo me ha costado.

¿Comentarios o sugerencias? ¡Gracias!

lunes, 28 de noviembre de 2016

Diario de viaje II. Miami

Las palmeras. Sobre todo eso. Se me habían olvidado las palmeras. Porque en España ponemos palmeras en todas partes, por muy al Norte que sea. Pero os juro que no hay una sola palmera en todo Illinois. Para qué. En Miami en cambio, hay palmeras mires a donde mires. Maravilla de lugar.
Qué luz, qué tiempo. Pies en la arena, por fin. Querido mar, cómo te he echado de menos. Que sí, que el lago Michigan es grande, espectacular, pero no huele a verano. Porque el verano es sal y crema solar. Es la toalla llena de arena y el bikini secándose al sol. Por fin. Por fin se recargan las pilas para el último empujón antes de volver a tocar base en navidades.

Qué falta nos hacen el sol y la luz. Qué infravalorada está la fotosíntesis en los humanos.

Descongelarse en Miami, en noviembre, es un privilegio. Y tumbarse sobre la arena y no hacer nada. Ni pensar en nada. Y darse una vuelta por Little Havana. Que se escribe con v y me confunde. Y tomarse una Coca Cola y un pincho de tortilla en una mesa que es un barril de Mahou. Pero no tienen, que les están arreglando el grifo. Y echarse unas risas con un par de cocktails tamaño bañera en una terracita por la noche. Y bailar bachata un jueves. Y descubrir que los manatíes conviven con los caimanes en los Everglades. Y que hay un señor con un gran bigote al sur del Parque que sabe por dónde andan los delfines y cómo hacerles jugar con la espuma de las olas que genera su barquito. Y los atardeceres rosas y naranjas, como en verano, que cuesta dejar de mirarlos. Y respirar. Respirar y caminar sin prisa, que ya iba tocando. Que casi se te había olvidado.

Hoy, lunes, ya de vuelta en Chicago, vuelvo a mi música de siempre. La de calm down, que ya estás en casa. La bajo un poco para escuchar cómo la lluvia racheada golpea los cristales. Hoy no se ven ni el lago ni el skyline iluminado de fondo. Pero de alguna forma, no me importa la humedad. Ni el frío. Porque hoy por hoy, Chicago es mi casa. Y Miami está muy bien para unas vacaciones. Pero la windy city hace un rato que me tiene ganada. Sin palmeras ni nada.

domingo, 20 de noviembre de 2016

Tiempo

El cambio a la clase de Kinder, como cualquier cambio, conlleva mucho esfuerzo, no sólo por el cambio de etapa, que también, sino porque mis nuevos niños vienen de cuatro clases distintas y cuesta unificar materiales y metodologías. Y porque mi clase está recién montada y no tiene estanterías. Ni armarios. Y porque yo soy de Primaria, aunque haya trabajado siempre con grupos de 5 años también. Pero era especialista, la tutoría es otra cosa. Y porque enseñar a leer en inglés es otro rollo. Madre mía.
A echarle horas, no queda otra. Más la de ida y la de vuelta a casa. Salgo del piso de noche y vuelvo de noche también. Y el dichoso daylight saving time no ayuda.
Esto me ha pillado además justo después de pasearme a lo largo de esta mitad del continente durante las últimas dos semanas, con lo que os podéis imaginar el cansancio acumulado.
Pero más que el cansancio, lo que me falta en general es tiempo. Tiempo para mí que he recuperado este fin de semana. Para ver cómo entra la luz por la ventana del salón. Y de mi cuarto. Tiempo para perderlo viendo series, para cocinar, para limpiar. Tiempo para esas cosas para las que nunca saco tiempo entre semana. Y qué gusto parar y respirar y echarse la mantita por encima y que se te cierren los ojos y que te eches una mini siesta en el sofá. Y abras un ojo y lo vuelvas a cerrar. Otro ratito más.
Porque hay que coger fuerzas, que esta semana que entra no se trabaja en el cole y Miami nos espera, ¿verdad Vero? Y qué bien nos va a venir. Porque aquí ya empieza a asomar las orejas el invierno. El sábado cayeron los primeros copos de nieve como para recordarnos que a pesar del noviembre cálido que estamos teniendo, Chicago sigue siendo Chicago. Y ojito con sus fríos. Pero de eso nos ocuparemos el próximo domingo, a la vuelta del calorcito y el solete. De las vacaciones que no tuvimos este verano.
Y después, tres semanitas y pico de clase y a coger el avión para casa. Diez días que seguro me sabrán a poco, pero qué ganas, madre. Qué ganas de que llegue y de veros y achucharos. Y de poder parar el tiempo.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Diario de viaje. Texas y Niagara Falls.

Cowboy hats ya en el avión. Cris, qué feliz se te ve. Dallas skyline por la noche. Vino. Fiesta. Entrar al bar por lo que parece una peluquería, pero no. Y al siguiente por una candy shop. Pero tampoco. Karaoke en casa, que los bares cierran pronto y tenemos cuerda para rato. A pesar del madrugón y de las dos horas y pico de vuelo.
Cheese steak at a truck yard. Fort Worth, que sí, que existe, que tiene chicken shit bingo a las 6.30 y long horns con las que te puedes sacar fotos. Y música country en TODOS los locales. Heaven.
Celebración de Diwali con 80 indios más. Qué maravilla de cultura, de gente, de sonrisas. Gracias, Claudia.
Pista de baile circular para bailar country. El country se baila.

El par de días de recuperación se pasan volando y llegan ellos, España hecha visita.

Que se nos ha ocurrido, en la distancia del tiempo y de los kilómetros, que ver las cataratas del Niágara sería buena idea. Aunque sean unas 9 horas en coche. Sin paradas. Pero qué narices. Si no es ahora, ¿cuándo?
Atravesar cinco estados. Cenar en un restaurante de camioneros en Ohio. Comprar el imán del estado, que he decidido empezar la colección. Cris, tráeme uno de Texas cuando vengas a verme.
Llegar a Niágara y joder. Hasta de noche impresionan. ¡Y qué frío en las orejas!
A la mañana siguiente es aún mejor. Al lado canadiense que nos vamos, que todo el mundo dice que merece más la pena. Madre mía. Cobra sentido la palabra breathtaking. Se te olvida respirar. Para qué. Si ya estás en el cielo y puedes tocar las nubes con las manos.
En Niágara Falls no hay nada, pero la compañía compensa.
Hemos pedido el hotel con piscina, que este año no me he bañado. Y nos bañamos. Y nado. Por fin. Verano en noviembre. En la frontera con Canadá. Tiene cojones.
A la vuelta, no vayamos a echar millas en balde, paramos en Cleveland en el Museo del Rock and Roll. Y casi me convencen de que es la mejor música del mundo, pero sale Starving en la radio y al rato un tema de estos de country con sentido (Baby, blue ain't your color...) y se me pasa.

Y cuando llegamos, ya de noche a Chicago, con la super luna iluminando mi lago a la derecha y el impresionante skyline a la izquierda, me siento de nuevo en casa. En una casita pequeña en un suburbio pequeño dentro de un continente inmenso y espectacular. Y, de nuevo, por más que me pellizque, no despierto.

lunes, 31 de octubre de 2016

Hoy

Hace un tiempo dije por aquí que no me gustaba conducir. He cambiado de opinión. Hoy he seguido las indicaciones del GPS, que siempre me manda por un desvío del que no hago caso para evitarme el tráfico y ha sido una pasada.
Aquí a la gente le gusta mucho el otoño. Fall, lo llaman. De hecho, más de una persona me dijo, en pleno verano, que ya estaba deseando que llegara la nueva estación. Para mí, como española, eso resulta desconcertante. Amo el verano por encima de todas las cosas, y no se me ocurre ninguna circunstancia en la que pudiera estar lista para el otoño. Nunca lo estoy.
Pero claro, el otoño en Madrid no es como el otoño de aquí. De hecho, apenas existe. En Madrid pasas de morirte de calor a congelarte sin apenas transición. ¡Qué os voy a contar a vosotros! Esos pocos días de tiempo suave se olvidan pronto. Y, desde luego, nadie te dice que son sus días favoritos. Menos mi padre. Mi padre lo ha dicho siempre y siempre se ha encontrado con mi cara de incomprensión total y absoluta.

Ah, pero el otoño en Chicago es otra cosa. Hoy, cuando por fin me he decidido a tomar el desvío que me lleva por Sheridan Road, no me podía creer tanta belleza. Aquí los árboles se incendian por estas fechas, tienen luz propia. Salir de la autopista y encontrarse de golpe en mitad de un bosque rojo, amarillo y verde, en una carretera de un solo carril, ha sido completamente mágico. De esas cosas que uno no espera de un lunes de finales de octubre. Que le hacen emocionarse y querer compartirlo con todo el mundo. Y que le hacen recordar que hay personas con las que ya nunca podrán compartirlo, pero que sabrían valorar (y pintar) estos paisajes como nadie. Que le ponen la piel de gallina y la lágrima en el ojo. Pero de felicidad, abuela. Ojalá pudieras verlo.

Y de repente aterrizas. Y se te cae el velo de los ojos. Y te sientes aquí, hoy, ahora.

Qué maravilla de mundo. Qué lujo poder verlo. Qué recarga de energía así, por la cara. Y qué falta me va a hacer para la nueva etapa que llega ahora. Porque resulta que aquí todo cambia muy rápido, son mucho más flexibles que nosotros. Y me han encargado ser la tutora del nuevo grupo de Kinder que se va a abrir para descargar las otras cuatro clases. Así que en ello estamos. Aprovechando esta semana de planning para coger fuerzas. Que pronto llegará el invierno. Y nos va a hacer falta.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Sonidos

Mi cole de Waukegan es, como toda la población de la zona, bilingüe. Desgraciadamente, no es bilingüe en cuanto al curriculum (ignorando así las necesidades de los niños y de sus familias) pero sí en su funcionamiento. Esto conlleva que en el día a día yo cambio de un idioma a otro en un segundo y al final acabo hablando en español a mis americanitos de pura cepa más de una vez. Y de dos. Con lo cual, el jaleo es interesante. Pasa siempre, supongo. La mezcla enriquece pero tiene también lo suyo.

Hablaba con mi amiga Vero el otro día (van dos menciones, te quejarás ;) ) de esto de los dos idiomas en el aula. Su situación es diferente, porque en su programa se trabaja en español con niños que tienen el inglés como lengua materna, mientras que yo doy clase en inglés y hago alguna aclaración puntual en español en un aula en el que hay un 80% de hijos de inmigrantes latinos. Y regaño. Yo regaño en español a los hispanohablantes y en inglés a los que lo hablan en casa. Porque no es lo mismo para nosotros que nos digan Cállate que Be quiet. Porque un Que te sientes a tiempo es mucho más eficaz en su caso que un Go back to your seat.

Y pasa en todo. Como decía el otro día, la lengua materna es la lengua en la que se construyen los afectos y, salvo en contadas excepciones, mis alumnos bilingües usan el español en el contexto familiar y el inglés fuera de casa. Para ellos, y para mí, el español es lo que nos llega a la patata y el inglés lo que se nos queda en la cabeza.

Aunque tengo que reconocer que hay palabras o expresiones del inglés que me tienen conquistada:
Me gusta mucho que los americanos digan que lo van a figure out todo. Me encanta que el day drinking sea un concepto en sí.  Y el pre game. Me enamora la forma en que los niños me llaman Miss Fernandez con ese acentillo tan lindo. Y que todo sea awesome, y que cualquier plan sounds good.

Ay, pero cuando me acuerdo de las cañas, el patio, el metro. El salir de fiesta, el tomar algo, el vamos viendo. Resuenan en mi cabeza esas palabras tanto más familiares y me entra la morriña de los tres meses fuera. Que debe ir tocando. Que se me pasará en cuanto llegue el finde, seguro, pero mientras tanto voy quitándome el mono a sorbitos de mensajes de voz (gracias :) ) y vídeos de Facebook con trocitos de vuestras vidas allí. Así que seguid con vuestras ces y vuestras jotas, seguid regalándome los oídos con ese acento ibérico. Que aunque me encanta que mis niños me pregunten a cada rato Can I tell you something? y me digan, muy exaltados, que fulanito les aventó woodchips a la cara, y yo tenga que hacer un esfuerzo sobrehumano para no morirme de la risa con lo lindo que suena, tengo estos días la vena patria subida de tono. Y me queda un rato.

miércoles, 12 de octubre de 2016

Ciervo

Los días se acortan más rápido de lo habitual por estos lares, de manera que prácticamente salgo y vuelvo a casa de noche. Y estamos a principios de octubre. Lo mismo pasará con la temperatura. Ahora mismo la sensación al andar por la calle es parecida a la que se puede tener en este mes en Madrid. Pero llega un momento que esta ciudad, que está en el mismo paralelo que Barcelona, decide saltar de cabeza al invierno. Y por lo que me cuentan, sobre las cuatro y media ya es noche cerrada. Y por lo que sé, las temperaturas invernales andan casi siempre muy por debajo de los 0.

Pero resulta que no me importa.

Leí hace un tiempo un artículo que comentaba el otro día con Vero, cuando estuvo aquí de visita. Decía el artículo que, enfrentados a dilemas morales, las personas investigadas mostraban una moral más laxa en la lengua aprendida que en la materna. Y tengo la sensación de que pasa un poco con todo. Las experiencias no se interiorizan igual en una segunda lengua que en tu primera. "El idioma de nuestra infancia resuena con mayor intensidad emocional que otro idioma aprendido en un entorno más académico". Does it make sense? Por lo tanto, yo en el cole vivo en una gran burbuja feliz, los niños no me estresan como en España. Esos momentos de "por favor, que alguien me sujete" son prácticamente inexistentes. La mala gestión del colegio me resbala, la veo con distancia. Los papeleos no me desbordan.

Y pasa un poco también con todo lo que se vive aquí. Supongo que a esto del otro idioma se une el hecho de que sé que ésta es una experiencia temporal, que no voy a estar aquí siempre.
Por eso el llegar de noche al piso todos los días no me deprime. Es parte de esa experiencia.
Como el ciervo que me he encontrado hoy en el aparcamiento al salir del cole. Que en España lo mismo me da un pirriqui, pero aquí lo he metido en el apartado mental de cosas que pasan en América y me he metido en el coche tan tranquila. Y a disfrutar del atardecer en la carretera.